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quinta-feira, 14 de abril de 2011

LA MUERTE NOS SIENTA TAN BIEN - V - CONTO EROTICO



El siguiente relato es de la casa
La muerte nos sienta tan bien... V


Lían me esperaba sentado a una mesa, la más cercana a la puerta del bar. Se alegró de verme.

- Sabía que vendrías.
- No lo sabía ni yo - contesté, de mal humor.
- ¿Qué vas a tomar? Yo invito.

Me apetecía un refresco pero acabé pidiéndome un cubata. Pensé que se me haría más llevadero con algo de alcohol corriendo por mis venas.

Tardamos poco en entrar en materia.

- Por lo general me da absolutamente igual lo que digan de mí, Rafa. Pero no aguanto que tú pienses mal de mí. Jamás le he tocado un solo pelo de la cabeza a otro ser humano. Soy el ser más pacífico sobre la tierra. Yo no maté a Néstor.
- Entonces fue una desafortunada coincidencia que lo pillaras conmigo y luego, alguien, después de unas horas, lo cosiera a navajazos.
- ¿Qué sentido tendría que hubiera sido yo?
- Un crimen pasional.
- Pero Rafa... Néstor llevaba meses acostándose alegremente con todos los chicos del grupo.  Si fui yo quien lo mató, ¿por qué no lo hice cuando más me dolía verlo con otros hombres, después de romper? ¿Por qué iba a hacerlo cuando ya lo estaba superando?
- Quizá no fue un arrebato pasional. Quizá fue una venganza y llevabas meses planeándola.
- ¿Tú oyes lo que dices?
- De todas formas no me importa si lo hiciste o no. Quiero creer que no lo hiciste, pero con la duda... ¿A ti no te daría mal rollo seguir viniendo a mi casa? Ponte en mi lugar.
- Yo intentaría mantener la cabeza fría. Y dejaría que fuera la ley quién me juzgara.
- La ley es lenta.
- La policía no ha encontrado nada que me relacione con su muerte. De hecho, al día siguiente de la muerte de Néstor nos personamos todos en comisaría a prestar declaración voluntaria. Todos menos tú. Y si la policía aún no ha ido a buscarte es porque no están siguiendo la pista a un crimen pasional. Tú fuiste el último en mantener relaciones sexuales con Néstor. Lo lógico es que te interrogaran al respecto.
Le di un buen trago al cubata para no tener que contestar a eso. No se me podía escapar que la poli sí los estaba investigando, que lo consideraban a él el principal sospechoso, de ese y otros crímenes, y que encima habían metido un infiltrado en su casa.

Dejé la copa en la mesa y lo miré a los ojos.

- Ha sido una mala idea venir a verme, Lían.
- ¿Por qué?
- Porque ya he tenido suficiente muerte para una buena temporada. Quiero olvidarme de todo este asunto. Y tú no me ayudas.
- Es que no tienes que pasar solo por tu luto. Confía en nosotros. Nos apoyamos los unos en los otros. Se te hará mucho más llevadero.
- No vas a convencerme.
- Yo creo que sí. Y creo que esta noche vendrás conmigo a casa.
- Lo llevas claro.

Entonces me sonó el móvil. Pensé, salvado por la campana.
Era Juancho.

- Ahora vengo - le dije a Lían, y salí del bar.

- ¿Cómo va, tío bueno? - me preguntó Juancho cuando descolgué.
- No debí hacerte caso. Yo no valgo para hacer de espía. La puedo cagar en cualquier momento y mandar todo tu trabajo a hacer puñetas.
- Tócate el rabo.
- ¿Cómo?
- Disimuladamente. Tócate el paquete.

Miré a mi alrededor.

- ¿Me estás viendo? ¿Ahora?

Dirigí la mirada primero a los coches aparcados y luego a las ventanas de los edificios cercanos.

- Tócate la polla - insistió.

Caminé unos pasos para alejarme del bar y me pasé la mano por la entrepierna con un gesto rápido y algo incómodo. Seguí buscando a Juancho por todas partes. Ni rastro.

- Tócate más. Mientras hablas. Nadie se fijará. Sólo yo.

Eso de que nadie iba a fijarse no me lo creía. Yo era consciente cada vez que un tío con el que me cruzaba se tocaba el paquete. Los ojos se me iban solos. Aun así, obedecí. Me llevé la mano izquierda al bulto y me lo acaricié distraídamente mientras simulaba que mi interlocutor, al teléfono, decía algo muy interesante. Claro que Juancho no decía nada, se limitaba a observar y respirar hondo.

Al cabo de no demasiado tiempo, y pese a mi inicial reticencia, mi polla empezó a reaccionar. El hecho de estar en la calle y que no dejara de pasar gente tuvo bastante que ver.

- Métete la mano en los huevos - me pidió entonces Juancho.
- ¡Anda ya!
- Vamos. Hazlo. Como si te los recolocaras.

Miré a mi alrededor. Nadie parecía prestarme atención.

- ¿Dónde estás? - pregunté.
- No importa.
- Lo digo para no darte la espalda.
- Si te quedas como estás te veo perfectamente. Vamos. Mete la mano por la cintura y sóbate los cojones. Pero de verdad. Por dentro del calzoncillo.
- No llevo calzoncillos.
- Uff, qué bueno. Vamos. Hazlo.

Esperé a que pasara de largo un matrimonio que venía por mi calle. A mi espalda había un portal. La luz de la escalera estaba apagada. En la acera de enfrente la gente entraba y salía del mercadona. Miré hacia el bar, a pocos metros hacia mi izquierda. Lían no se había asomado todavía a buscarme.

- Hazlo. Ya - ordenó Juancho.

Al fondo de la calle venían unos niños y del otro lado unas chicas cargadas de bolsas del Zara, pero estaban todos lejos todavía, así que muerto de vergüenza pero muy excitado me metí la mano por la cintura del vaquero y me sobé la polla, dura como una piedra, y luego los cojones.

- Sigue. Lo estás haciendo muy bien. Pásate los dedos por las ingles. ¿Tienes los huevos sudados?
- Un poco.
- Bien, bien... Sigue. Un poco más.

El grupo de niños ya estaba demasiado cerca. Me saqué la mano disimuladamente del pantalón consciente de que mi erección era más que evidente. Encima llevaba una camiseta ajustada que no servía para
ocultarme nada el paquetorro.

- Ahora huélete la mano.

Me imaginaba que me iba a pedir eso. Pero era más fácil que tocarse la polla en público. Me olí los dedos pensando que si había alguien más, aparte de Juancho, observando, ¿qué iba a pensar de mí? Qué vergüenza.

- ¿Huelen bien? - quiso saber Juancho.

- Mucho.- ¿A qué huelen?
- A cojones sudados. A sexo - mentí, para darle más vidilla.

En realidad olía a gel de ducha, venía directo de la bañera.

- Ohhhh, te los chuparía ahora mismo, en la puta calle.
- Juancho... debería volver al bar.
- Espera... Me estás dando un pajote que no veas.

Volví a buscar a Juancho por todas partes. ¿Estaría dentro de un coche? Todos parecían vacíos y ninguno tenía cristales tintados. Lo más seguro es que estuviera detrás de una ventana, quizá mirándome a través de unos  prismáticos.

- Me vuelvo al bar. Nos vemos luego.

Y le colgué. Aunque en realidad de lo que tenía ganas era de ir a donde estuviera haciéndose el pajote y poner la lengua debajo.

Me di un paseo hasta el final de la calle para que se me bajara la puta erección y volví al bar, donde me esperaba Lían.

Pero ya no estaba solo.

- Mira Rafa. Te presento a una amiga.

Me incliné para besarla. La chica iba en silla de ruedas.

- Soy Nuria - se presentó.
- Yo Rafa.

Me senté con ellos mientras buscaba una excusa para irme cuanto antes sin parecer descortés.

- ¿Hace mucho que os conocéis? - pregunté, para ir haciendo tiempo mientras se me ocurría algo.
- Una semana - dijo Lían.
- Pero es como si nos conociésemos de toda la vida - añadió Nuria.

No podía haber soldado frase más manida, la chavala.

- Bueno... Yo... Me gustaría quedarme pero... he quedado - dije, poniéndome en pie.

Lían me cogió de la muñeca.

- Siéntate, Rafa.
- De verdad, no puedo. Tengo prisa.

Me despedí de Nuria con una sonrisa forzada y tuve que dar un tirón para que Lían me soltara. Salí del bar. Lían me siguió.

- Deberías quedarte, Rafa. Nuria es una chica muy interesante.
- Me alegro. Pero en serio, Lían. No vengas a verme más. No serás bien recibido.
- Si le dieras una oportunidad verías que Nuria tiene mucho que contar. Lo ha pasado muy mal.
- ¿Quién se le ha muerto a ella? - pregunté, casi con desdén. Lían me estaba poniendo muy nervioso y no sabía muy bien por qué.
- No se le ha muerto nadie. Pero hace casi ocho meses un coche con dos ocupantes la atropelló en un paso de peatones y se dio a la fuga. ¿Te suena de algo? Ahora vas a entrar y te vas a sentar con nosotros y luego te vendrás conmigo a casa si no quieres que le cuente a Nuria que tú ibas en ese coche.

No voy a explicar lo que pasó por mi mente en ese momento. Baste decir que me doblé sobre mí mismo y vomité lo que había comido hacía horas y el cubata posterior en la misma puerta del bar.

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